domingo, 31 de octubre de 2010

capitulo cuatro


ÉL

Me quedaban cuatro días en la ciudad, y no quería irme, por momentos pensé en dejar todo lo que tengo allá por estar nuevamente con mis seres queridos. Ignacio, emocionado porque regresaríamos, me decía que me olvidara en volver, que teníamos una vida buena y placentera allá, pero eso no me satisfacía en este momento, y lo que me hacia feliz hoy, era estar mas tiempo en Valparaíso. Me propuso que me quedara una semana más, que hablara al trabajo, total me debían varias vacaciones y días libres, pero lamentablemente para él, tenía que volver, me dijo que lo pensara, y eso es lo que hice.

Nos fuimos a la casa de Raúl, haríamos un asado.

De la nada, mi mente viajo a m pasado, y me quede largos minutos recordándolo, a él. Al que mi mente ya no nombra, al que busco en los recovecos de mi conciencia, al que no recuerdo con exactitud, y que solo la última imagen de él se me viene a la retina, la del encuentro, el encuentro casual, y que no hice nada. Nada por llamarlo, nada por verlo nuevamente, nada, nada, nada, como es de mi maldita costumbre.

En el asado, conversamos mucho con Raúl. Su pequeño hijo, Daniel, que además es mi ahijado, hizo que renaciera en mi, el instinto que había desaparecido hacia muchos años. El instinto de madre, en realidad no se si hizo que renaciera, pero las ansias de de tener un hijo afloraron en mi mente y mi corazón, como años atrás… cuando lo único en lo que pensaba era en tener hijos, y llenar la casa de piecesitos corriendo por todos lados. Creo que era por un asunto de no sentirme sola, o de demostrar independencia y que podía ser responsable, aunque nadie creyera en mí… pero ese sentimiento lo creí muerto, pues primaron en mí otras expectativas de la vida, como desarrollarme profesionalmente, y lo estoy logrando. No se si sea capaz de tal responsabilidad ahora, ya que mi trabajo y mi desarrollo personal ocupan todo mi tiempo. Veía correr de un lado a otro a Danielito, que ya tenia dos años, jugaba inocentemente con todo, a Ignacio lo tenía histérico, y hacia darme cuenta que no tenia paciencia con los niños, y eso de una manera u otra me afectaba. Pase toda la tarde viéndolo jugar, le sacaba fotos para tenerlo en todo momento. El Raúl, de una manera medio dudoso y casi murmurando, me preguntó que si había futuro con Ignacio, futuro obviamente de formalizar la relación. No supe responderle, no se lo que suceda y eso de alguna mínima manera me conmovió. Trate de no pensar en aquello, y no respondí, porque no supe que decir. Lo que sentía y pensaba siempre me lo guardaba o lo escribía, pero esta no fue la excepción, me guarde la respuesta.

Llegando al departamento, le pregunte a Ignacio se teníamos proyecciones juntos, el silencio cautivo el auto, respondió que si, pero con inseguridad, ,no volví a hacer ninguna pregunta mas, y le pedí que me dejara en Pedro Montt, quería caminar un rato, él solo quería llegar al departamento a dormir , no puso objeción, me baje y comencé a caminar.

Caminando distraída, divise a lo lejos una persona reconocida, como andaba sin anteojos y ya estaba medio oscuro, no lograba verle la cara. Era un hombre, no muy alto, grande, daba pasos largos, pero no apurado, se acercaba a mi, no me daba temor alguno, sentía que lo conocía de toda la vida. Seguí adelante, de repente busque su mirada, y sus ojos se conectaron con los míos.
Era él.
Nos detuvimos, nos miramos extrañados, él diciendo como: ¿y tu, desde cuando estas acá?- y yo, solo pensando en el reencuentro pasado y que ahora sí, haría algo.
Un tibio “hola como estas”, me salió, en cambio a él, un abrazo, lleno de ternura, lleno de pasión, lleno de sentimientos que extrañaba. Un beso en la mejilla, de esos que estamos acostumbrados a da dar, pero esta vez, fue diferente, no quería recibirle un acostumbrado beso, y menos quería darle uno de esos, hubiese preferido uno de pasión, uno alocado, uno melancólico.. Uno de amor…Nos miramos unos segundos, y fue como si el tiempo y los años no hubieran pasado, pero pasaron y ya se nos notaba en los cuerpos, en los rostros y en las mentes.
Le dije que nos fuéramos a tomar algo para conversar, aceptó muy contento.

Caminábamos hacia un bar, como por inercia, no hablamos nada, hasta llegara algún lugar. Nos sentamos, pidió una botella de vino tinto, añejado, no quise recordarle que no me gusta el vino, pero él lo recordó, me pidió un pisco sour.

Mi euforia se notaba, hablaba, hablaba y hablaba. Me di cuenta, creo que a tiempo, solo dijo que me extrañaba mucho. Callamos. Lo miré detenidamente y vi que aun se prendían chispas en los ojos. Baje la mirada. Me tomó la mano y dijo que nunca se había olvidado de mí. No supe que decir. Tomé un sorbo de pisco sour, prendí rápidamente un cigarrillo, él igual. Traté de sentir su olor, se me había olvidado, olía a cigarro, a ese olor que está impregnado en la ropa, en el cuerpo, no se porque nunca lo recordé hasta estar ahí con él, si yo tengo el mismo olor, solo que a veces se oculta con un poco de perfume.

Sentía ganas de saltar encima de él, besarle, acariciarle, sin dejar que se fuera, me contuve, esperaba gustosa, que lo hiciera él. No fue así. Miré la hora, no de mal educada, sino porque noté que el bar estaba cerrando. Las tres de la mañana, Ignacio debe estar preocupado, ¡pero que va! Estoy con él, y no quiero dejarlo ir.

Comenzamos a caminar, hablando de todo, y todos. Recordando el pasado y contándonos lo que hacíamos en nuestro presente. Estaba tan alegre, que por mas que trataba de contenerlo, no podía, mi sonrisa era inminente. Me dio su número de teléfono y dirección, igual yo.
-¿Tan lejos vives?- Me dijo, solo hice una morisqueta de un “lo siento”. Rió, reí y de pronto me abrazo nuevamente, yo igual, no lo quería soltar. Era un abrazo como de bienvenida/despedida. No lo entendí, solo sentí un escalofrío, comencé a temblar y por instinto lo busqué para besarlo. Mi interés se notaba, él se controlaba, no se porque. No le dije nada de la existencia de Ignacio. Me corrió la cara y no me dejó besarle, me entristecí en ese momento, pero no me importo mucho, el solo hecho de estar en sus brazos me satisfacía en plenitud. Pasaron largos minutos y no me soltaba, no me importaba quería estar así por días, y días. En un lento movimiento sentí sus labios rozando mi mis mejillas hasta sentirlos con los míos, y una unión que no concebía hacía mucho. Un beso tierno, con cariño y que de a poco se transformaba en uno apasionado, de deseo incontrolado, uno de necesidad que afloraban en nuestros cuerpos. Quería que no terminara, el deseo nos estaba consumiendo, sentía sus manos en mí y las caricias que me proporcionaba me estremecían en lo más íntimo. Yo hacía lo mismo. Ambicionaba con irme con él, a otro mundo, que me llevara donde él quisiera, por primera ves correría todos los riesgos y no pondría objeción alguna. Me había olvidado por completo de Ignacio y de todos mis planes.
Me preguntó si nos volveríamos a ver, yo obviamente dije sin dudar, que sí. Me dejó en la puerta del edificio, no me dio otro beso. Te llamaré mañana, dijo. Se dio media vuelta y se fue. Quedé pasmada, necesitaba contarle a alguien. Pero era muy tarde y mi felicidad en conjunto con mi ansiedad, tendrían que esperar hasta mañana para decirle a la Pame, que en ese momento sentí que debía saber para escuchar algún concejo.

Entré al departamento, olvide que Ignacio estaba allí, metí bulla, no tomé conciencia de su sueño placentero. No despertó. Miré la hora; las cuatro y media. Me fui a acostar, no podía cerrar los ojos de la emoción, pero los cerré y me dormí.
En la mañana Ignacio me pregunto a la hora que había llegado, mentí, me creyó. Llame a la Pame para contarle, quedamos de acuerdo que nos juntaríamos a almorzar, Ignacio iría a hacer algunas compras solo

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